Momo, de Michael Ende, o cómo no volverte gris

Momo, de Michael Ende, es una novela extraordinaria. He escuchado y he leído maravillas acerca de de este libro desde pequeño, antes de comprobarlo por mí mismo. Era cierto: es una lectura bella, amena, cariñosa y profunda. Ah, y es obra del mismo autor que La historia interminable, y la verdad es que se nota.

Hermosa ilustración de Casiopea, la tortuga de Momo, de Michael Ende.

Una pequeña sinopsis sin malas intenciones

Momo es una niña muy especial. Pequeña, menuda, sin padres, sin hogar, ha comenzado a vivir en un pequeño y antiquísimo anfiteatro abandonado, situado a las afueras de una gran ciudad. Ella no necesita gran cosa, no pide nada a nadie, pero eso no impide que los vecinos del lugar terminen por cogerle cariño. Le preparan una cómoda habitación bajo el anfiteatro, le llevan comida y se paran a hablar con ella. Momo corresponde a sus benefactores haciendo lo que mejor sabe hacer, lo que casi ninguna persona de este mundo sabe hacer: escuchar.

Sabía escuchar de tal manera que la gente confusa o indecisa, de improviso, sabía exactamente lo que quería. O de modo que las personas tímidas se sentían de golpe libres y valerosas. Los que se sentían infelices y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien pensaba que su vida era un fracaso total y que no tenía sentido, y que él tan solo era un número más entre millones de personas, un ser insignificante al que costaba tan poco reemplazar como una cazuela rota… entonces iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo. Y en el mismo instante en el que estaba hablando, se daba cuenta de manera misteriosa y con total claridad de que estaba equivocado por completo y de que él, tal como era, era único entre todos los seres humanos, y que justo por eso era especialmente importante para el mundo.

¡Así sabía escuchar Momo!

Momo, de Michael Ende.

Y es que Momo sabe escuchar en un mundo lleno de seres humanos que no escuchan, que simplemente están esperando su turno para hablar, para intentar imponer sus opiniones. Y a veces ni siquiera eso, sino que hablan y hablan y, si su interlocutor intenta aportar algo, elevan la voz o hablan más rápido para imponerse.

Durante mucho tiempo, algunos vecinos y, sobre todo, un gran número de niños, van diariamente al anfiteatro, a hablar y jugar con Momo. Todo va bien: ella es feliz y los niños también. Ah, pero un buen día las cosas comienzan a cambiar y la gente empieza a tener cada vez menos tiempo. Sus vidas se van volviendo cada vez más frenéticas y dejan de tener tiempo para estar con Momo. Este cambio ha coincidido con la progresiva aparición de los hombres grises, unos inquietantes individuos que son muy difíciles de ver, pues pasan totalmente desapercibidos para la gente normal.

Portada de Momo, de Michael Ende.

Momo, de Michael Ende… ¿Una novela para niños?

Si… y no. Momo no es una excepcional novela: en realidad son dos. Si la lee un niño, descubrirá una bonita aventura en la que se sentirá muy identificado con Momo. También es probable que se reconozca en alguno de los niños protagonistas (el capítulo en el que todos ellos viven una aventura imaginaria en un barco es, sencillamente, impagable. Yo nunca he leído algo semejante). Este niño verá a los hombres grises como a villanos de un mundo de fantasía, sin darles otro significado a parte ese: son los malos.

Si un adulto lee Momo puede, desde acabar con los pelos de punta hasta pararse a reflexionar seriamente sobre su vida. Todo depende de la persona y del momento vital por el que esté pasando, pero indiferente no va a quedar.

Esta novela saca a la luz muchas facetas de la vida de las personas que ellas no son capaces de ver. En algunos casos, Momo nos revelará defectos propios o cosas que nos están pasando a nosotros mismos en este momento. Entre los mensajes más potentes de esta novela está el aprender a escuchar a los demás. Esto, que parece una obviedad, es algo que prácticamente nadie hace.

Otro gran mensaje de la novela es que hay que vivir con calma, disfrutando de la vida. En el mundo de Momo, los detestables hombres grises logran que la mayoría de las personas vivan corriendo, agobiadas, estresadas, siempre sin tiempo. Es decir, una existencia tan carente de vida como la de los propios hombres grises.

Sin duda, los ahorradores de tiempo iban mejor vestidos que la gente que vivía cerca del viejo anfiteatro. Ganaban más dinero y podían gastar más. Pero sus rostros denotaban malhumor, cansancio o amargura, y su mirada era poco amable. Desde luego, ellos desconocían la frase hecha «¡Vete a ver a Momo!». No tenían a nadie que les pudiera escuchar de tal manera que se sintiesen listos, apaciguados o incluso contentos. Pero incluso aunque hubiera existido alguien así, hubiera sido altamente improbable que fueran a visitarlo alguna vez… a menos que se hubiera podido zanjar la cosa en cinco minutos. Si no, lo habrían considerado tiempo perdido. Pensaban que incluso tenían que sacarles partido a sus horas libres, y conseguir a toda prisa tanta diversión y distracción como fuera posible.

Así que ya no podían celebrar de verdad las fiestas, ni las alegres ni las serias. Soñar lo consideraban casi como un crimen. Pero lo que no podían soportar de ninguna manera era el silencio. Porque en el silencio les sobrevenía el miedo, ya que intuían lo que en realidad estaba sucediendo con sus vidas.

Momo, de Michael Ende.
Momo y Casiopea

Esta novela: Momo, de Michael Ende, el mago que nos trajo La Historia Interminable, tiene muchos otros mensajes potenciadores y positivos: la amistad, la cooperación, las bondades de una vida sencilla, la nobleza.

Los hombres grises

Cuando la novela ha comenzado a hacer rodar su trama, los hombres grises hacen su aparición. Aunque en ese momento nos puedan parecer simples seres humanos, su verdadera naturaleza nos será revelada, de manera progresiva, a lo largo de la novela.

En el coche iba sentado un señor que llevaba un traje color telaraña, un sombrero rígido y gris en la cabeza, y que iba fumando un pequeño cigarro de color grisáceo. También su rostro era gris como la ceniza.

El hombre debía llevar ya un buen rato mirándola, puesto que la saludó con la cabeza, muy sonriente. Y aunque aquel mediodía hacía tanto calor que el aire se ondulaba con los rayos del sol, Momo comenzó de repente a sentir escalofríos.

En aquel momento, el hombre abrió la portezuela, se apeó del coche y se dirigió hacia Momo. En la mano llevaba un maletín de color gris plomizo.

—¡Qué muñeca tan bonita tienes! —exclamó con una voz extrañamente monótona—. Seguro que todos tus compañeros de juego te envidian.

Momo se encogió de hombros y se quedó callada.

—Seguro que ha sido muy cara, ¿no? —prosiguió el hombre gris.

—No lo sé —farfulló Momo, desconcertada—. Me la he encontrado.

—¡Pero qué me dices! —replicó el hombre gris—. Eres una verdadera suertuda, por lo que veo.

Momo calló de nuevo y se arrebujó en su amplio chaquetón de hombre. El frío iba en aumento.

—En cualquier caso —dijo el hombre gris con una leve sonrisa—, no parece que te haya hecho demasiada ilusión, querida niña.

Momo negó con la cabeza. De repente sintió como si toda la alegría del mundo se hubiera desvanecido para siempre… Como si nunca hubiera existido. Como si todo lo que le hubiera parecido alegre no hubiese sido más que una ilusión.

Momo, de Michael Ende.

Con respecto a los hombres grises, también podemos hacer una división clara entre la novela que puede leer un niño y la que puede leer un adulto. Para un niño, los hombres grises serán unos señores muy malos con los que Momo debe debe acabar (aunque Momo no es una heroína al uso). A una persona adulta, sin embargo, los hombres grises pueden hacerla pararse a pensar, y mucho. No son los malos, sino uno de los mensajes más claros y brutales de esta novela.

Perturbadora ilustración de los hombres grises que salen en Momo

Y esta ha sido la historia de la magnífica Momo, de Michael Ende

Y con esto terminamos con Momo.

Si os habéis quedado con ganas de más y queréis leer reseñas de otras novelas de fantasía que son, a su manera, igual de importantes, ahí os van unas cuantas:

Y sin más…

Un abrazo. Muchas gracias por leerme.

Sentid, vivid y no os rindáis nunca.

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